lunes, 3 de noviembre de 2014

Esta noche toca fiesta

"Esta noche toca fiesta". Eso me habían dicho mis amigos y eso me decía a mi mismo. La verdad es que yo no tenía ganas de salir. Lo hacía por ellos, pero también lo hacía por mí. Me vendría bien relacionarme. Me vendría bien estar con otra gente, gente a la que quiero, gente con quien me lo paso bien. 

Pero llegó la noche y empecé a aburrirme. No es culpa de suya, simplemente yo no tenía ganas de nada. Solo me apetecía quedarme en casa y no hacer absolutamente nada. Y es que no hacer nada relaja. ¿pero de que tenía que relajarme? ¿porque estaba estresado? No lo sabía. Bebí para ver si me animaba, pero nada, todo seguía igual. Cada copa era como un puñal a mi conciencia que me decía: "¿Qué cojones haces aquí? Deberías estar en casa."

Cuando por fin la noche llegaba a su fin nos dispusimos a volver a casa. Fuí el único que se alegró. De camino la volví a ver. Era la chica del parque. La chica cuyo nombre no conocía. No pude evitar sonreir. 

Mi sorpresa fue mayúscula cuando uno de mis amigos se acercó y la saludó. ¡La conocía! En esos momentos quise besarlo. Nunca me he alegrado tanto de ser amigo suyo.
Yo soy una persona que no sabe qué decir cuando acaba de conocer a alguien. No se como presentarme, como romper el hielo. No se comportarme en las distancias cortas. Me siento incómodo y me vuelvo mudo. Pero si un conocido me presenta otra persona, la cosa cambia. Ya teniamos algo en común, algo de que empezar hablar, y una vez empezaba no solía parar.

Siempre se me ha dado bien conocer a los demás antes de que me conozcan. Saber como son no por lo que dicen sino por como lo dicen. El lenguaje no verbal creo que lo llaman. Es un talento que desarrollé como mecanismo de autodefensa. Así sé que debo mostrarle a cada persona y asi puedo evitar que me hagan daño. 

Tenía que aprovechar la ocasión Así que me acerque a mi amigo y los salude a ambos. Esperaba que mi amigo me la presentara, pero no fue necesario. Ella misma se presentó. Así fue como conocí su nombre y allí fue donde escuche su voz por primera vez. 

Ella era diferente. Sabia que la conocía antes de conocerla, y conforme la fui conociendo me iba dando cuenta de que no equivocaba. Yo partía con ventaja. Ya la había observado a la distancia, aunque sin atreverme a decirle nada. Sabía a que hora pasaba por el parque, aunque no sabía ni a donde iba ni de donde venia. Me daba igual. Yo me conformaba con verla pasar, asi que programaba la salida de mi perro a la calle para esa hora y esperaba a que pasara. 

Pero una cosa era verla desde lejos y otra tenerla delante. Era mucho mejor. Podía mirarla fijamente a sus ojos azules como el cielo y descubrir sus particularidades. Podía ver el hoyuelo de su barbilla que le daba un toque infantil. Podía sentir su olor vainilla... Por primera vez en mucho tiempo me sentí feliz. 

Le dije que su cara me sonaba aunque no sabía de que. Me dijo que yo también le sonaba, que si tenía perro y solía sacarlo por la mañana por mi parque. ¡Se había fijado en mí! Esto no hacía más que mejorar. Ahora era yo él que quería seguir de fiesta y no regresar a casa. Le pregunté si vivia cerca y me enteré que era justo en el edificio contiguo al mío.  "Así que sois vecinos", le dije a la chica y mi amigo. "Sí, algo así", me contestó él. "Es mi hermana"



domingo, 2 de noviembre de 2014

Mi pequeña venganza

Prefiero estar amargado y sólo que perder mi tiempo buscando la felicidad. No hay nada que soporte menos que empezar cosas que no sé si seré capaz de acabar. Quizás por eso cada vez emprendo menos cosas. Quizás por eso casi nunca hago nada. Quizás por eso solo espero que llegue mi momento de partir, sin molestar a nadie. Me gusta pasar desapercibido. 

Sé que la valentía no forma parte de mis virtudes. ¿y a mí qué? Yo no tengo nada que demostrar a nadie, si acaso debería demostrarmelo a mí mismo, y no tengo intención de hacerlo. Muchos no me entendereis. No lo pretendo. No me importa. No espero nada de la vida porque así  no puede defraudarme.

Pero paradójicamente la vida sigue. Y esa es la trampa que me tiene preparada el destino. No soy lo suficientemente valiente cómo para seguir viviendo, pero tampoco me atrevo a suicidarme. Me asusta la muerte y a la vez que la deseo.  Al final he dejado de plantearme estas cuestiones, simplemente me dejo llevar. Me arrastra el paso del tiempo.

Hago mi rutina por repetición. Por eso se llama rutina. Me levanto temprano y me preparo un café. Me doy una ducha rápida mientras el café se enfría. Me lo bebo de un trago y salgo a la calle. Voy al trabajo andando. Es en el trabajo donde más sólo me siento, rodeado de gente. Y es que no hay un mejor momento para sentirte solo. No soy más que otra pieza de material de oficina, invisible para el resto del mundo. No soy más que un estorbo. Un ser inerte que ocupa un lugar. 

Acabada mi jornada laboral, vuelvo a casa. De camino, siempre paro en el mismo bar. Aunque nunca tengo hambre, siempre pido el mismo plato. Y es que no tengo fuerzas para ni siquiera pensar en tomar otra cosa. Suelo comer ojeando el diario. Y digo ojeando, porque realmente no lo leo. Solo paso la vista por encima de las letras, sin que éstas penetren en mí. Todas las cenas son iguales, pero ésta fue diferente. En un momento dado, alce la vista y la ví. Sí, la ví. Yo tenía la mirada perdida, pero se dirigió hacia ella. ¿fue mi subconsciente el que me traicionó? Puede ser.

Allí estaba ella. Sentada. Cenando. No me vió, o eso me hizo creer. Pero yo a ella sí. Estaba tan guapa como siempre, radiante. Con ese aura tan suyo que la hace parecer angelical, de otro mundo. Llevaba en los labios ese brillo que tanto me gustaba, que tantas veces le había arrancando jugando. ¡Cuantas veces probé esa boca y qué bien sabía! Llevaba el colgante de oro que le regaló su madre, con ese corazoncito. ¡Cómo si ella tuviera corazón!. Sí lo tiene. Frío, pequeño y duro, como el que le colgaba del cuello.

He querido odiarla, y me odio a mi mismo por haberlo intentado. No puedo. No tengo fuerzas. No tengo ganas de luchar. Y ése es el problema, que aunque no quiera, la sigo queriendo. Y que aunque quiero odiarla, no logro conseguirlo. 

Como suelo hacer, hui de mis problemas. Dejé la cena, me levanté, pagué y me fuí antes de que me viera. No se porque lo hice. Aunque ya no estoy físicamente allí, sigo estándolo una y otra vez. Mirandola ahí sentada. Mi cuerpo está en mi habitación, pero mi mente sigue en el bar, en aquella cena. Imaginandome que hubiera pasado si me hubiera visto, si nos hubiesemos cruzado las miradas. Si me hubiese vuelto a bañar en la profundidad de sus ojos marinos. Si me hubiera vuelto a deslumbrar ese sol de su cabello dorado. Si me hubiese dejado embriagar por su fragancia que me persigue pese la distancia. Pero no lo hice. No me quedé. Solo me fuí.

Y así he llegado hasta aquí. Así me encuentro delante de este ordenador. Así he empezado a escribir este relato. A mí me encantaba escribir  pero lo  fuí dejando. Fue por pereza, pero también fue por ella. A ella le encantaban las películas y novelas de amor, pero odiaba cuando intentaba introducir el romanticismo en nuestra relación. Cursi me llamaba y yo me sentía paleto. Era insignificante, un tonto que llegó a avergonzarse de ser poeta. Pero ya no más. Fue por ella por quien dejé de escribir, y por ella es por quien hoy vuelvo a hacerlo. Esta es la pequeña venganza que le tengo preparada, aunque sé que nunca la leerá.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Un nuevo día

 El viento era frío y húmedo. El gélido aire acariciaba mi rosto con aspereza. Casi lo arañaba. La calle estaba desolada, marchita. Desierta. Ni un alma la recorría. Ni un ser vivía en ella. Era ya tarde cuando volví a casa. El calor del hogar me esperaba, pero no era el calor que yo me esperaba.

Su semblante era serio y su rostro de piedra. Estaba enfadada otra vez y no sé porque, sabía que yo volvía a ser la razón. "Tenemos que hablar", dijo. Y mientras me contaba todos sus problemas, intentando hacerme creer que eran de los dos, yo no podía dejar de imaginar como serían sus adentros, cuanto mediría su intestino. Que pasaría si cogía un cuchillo, rajaba su vientre y lo descubría allí mismo. Así era ella, capaz de enamorarme y que quisiera matarla al mismo tiempo. En aquel momento terminó su alegato. "No tienes tiempo para mí. Parece que no me escuchas cuando te hablo. Siento que soy la única que lucha por esta relación. Parece que nada te importara."
"Pues claro que hay cosas que me importan. Me importa la tranquilidad. Me importa llegar a casa y poder descansar.  Me importa poder evadirme de mis problemas. Me importa que mi hogar sea mi rincón donde poder esconderme y encontrar la paz. Lo que no me importan son tus problemas. Tus mierdas. Que estés siempre contandome que esto no te gusta, que te va mal por tal u otra cosa. Todos esos problemas que te inventas, que realmente no existen. Porque te gusta complicarte la vida sin necesidad. Porque quieres sentirte mártir perennemente. Porque piensas que si tu vida es una tragicomedia eres una persona más interesante, mas importante."

Eso fue lo que pensé, pero no fue lo que le dije. Mis rastreras palabras fueron: "¡Claro que me importas! ¡y claro que me importa la relación! Siento haberte hecho sentir así y te pido perdon. Te quiero"

Sé que soy un cobarde, y puede que también sea un mentiroso. O no. No todo lo que le dije fue mentira. Es cierto que la quiero, y precisamente por eso no soy capaz de decirle lo que pienso. No soy capaz de decirle lo que siento. Porque si lo hago, creo que la perdería. 

Apaciguada la tempestad de mi casa, me fui a la cama. Así murió la noche. Mañana será otro día. Otro día igual, otro día despiadado. Otro día en el que nada se soluciona y las cosas se siguen acumulando. Otro día más de esta triste y monótona vida. Otro día más de esta relación que me absorbe. Otro día más de tragarme mi orgullo y fingir ser quien no soy. Otro día más de frío bajo el sol. Otro día más en el que solo encontraré paz y felicidad en el momento en que me vaya a dormir.