domingo, 2 de noviembre de 2014

Mi pequeña venganza

Prefiero estar amargado y sólo que perder mi tiempo buscando la felicidad. No hay nada que soporte menos que empezar cosas que no sé si seré capaz de acabar. Quizás por eso cada vez emprendo menos cosas. Quizás por eso casi nunca hago nada. Quizás por eso solo espero que llegue mi momento de partir, sin molestar a nadie. Me gusta pasar desapercibido. 

Sé que la valentía no forma parte de mis virtudes. ¿y a mí qué? Yo no tengo nada que demostrar a nadie, si acaso debería demostrarmelo a mí mismo, y no tengo intención de hacerlo. Muchos no me entendereis. No lo pretendo. No me importa. No espero nada de la vida porque así  no puede defraudarme.

Pero paradójicamente la vida sigue. Y esa es la trampa que me tiene preparada el destino. No soy lo suficientemente valiente cómo para seguir viviendo, pero tampoco me atrevo a suicidarme. Me asusta la muerte y a la vez que la deseo.  Al final he dejado de plantearme estas cuestiones, simplemente me dejo llevar. Me arrastra el paso del tiempo.

Hago mi rutina por repetición. Por eso se llama rutina. Me levanto temprano y me preparo un café. Me doy una ducha rápida mientras el café se enfría. Me lo bebo de un trago y salgo a la calle. Voy al trabajo andando. Es en el trabajo donde más sólo me siento, rodeado de gente. Y es que no hay un mejor momento para sentirte solo. No soy más que otra pieza de material de oficina, invisible para el resto del mundo. No soy más que un estorbo. Un ser inerte que ocupa un lugar. 

Acabada mi jornada laboral, vuelvo a casa. De camino, siempre paro en el mismo bar. Aunque nunca tengo hambre, siempre pido el mismo plato. Y es que no tengo fuerzas para ni siquiera pensar en tomar otra cosa. Suelo comer ojeando el diario. Y digo ojeando, porque realmente no lo leo. Solo paso la vista por encima de las letras, sin que éstas penetren en mí. Todas las cenas son iguales, pero ésta fue diferente. En un momento dado, alce la vista y la ví. Sí, la ví. Yo tenía la mirada perdida, pero se dirigió hacia ella. ¿fue mi subconsciente el que me traicionó? Puede ser.

Allí estaba ella. Sentada. Cenando. No me vió, o eso me hizo creer. Pero yo a ella sí. Estaba tan guapa como siempre, radiante. Con ese aura tan suyo que la hace parecer angelical, de otro mundo. Llevaba en los labios ese brillo que tanto me gustaba, que tantas veces le había arrancando jugando. ¡Cuantas veces probé esa boca y qué bien sabía! Llevaba el colgante de oro que le regaló su madre, con ese corazoncito. ¡Cómo si ella tuviera corazón!. Sí lo tiene. Frío, pequeño y duro, como el que le colgaba del cuello.

He querido odiarla, y me odio a mi mismo por haberlo intentado. No puedo. No tengo fuerzas. No tengo ganas de luchar. Y ése es el problema, que aunque no quiera, la sigo queriendo. Y que aunque quiero odiarla, no logro conseguirlo. 

Como suelo hacer, hui de mis problemas. Dejé la cena, me levanté, pagué y me fuí antes de que me viera. No se porque lo hice. Aunque ya no estoy físicamente allí, sigo estándolo una y otra vez. Mirandola ahí sentada. Mi cuerpo está en mi habitación, pero mi mente sigue en el bar, en aquella cena. Imaginandome que hubiera pasado si me hubiera visto, si nos hubiesemos cruzado las miradas. Si me hubiese vuelto a bañar en la profundidad de sus ojos marinos. Si me hubiera vuelto a deslumbrar ese sol de su cabello dorado. Si me hubiese dejado embriagar por su fragancia que me persigue pese la distancia. Pero no lo hice. No me quedé. Solo me fuí.

Y así he llegado hasta aquí. Así me encuentro delante de este ordenador. Así he empezado a escribir este relato. A mí me encantaba escribir  pero lo  fuí dejando. Fue por pereza, pero también fue por ella. A ella le encantaban las películas y novelas de amor, pero odiaba cuando intentaba introducir el romanticismo en nuestra relación. Cursi me llamaba y yo me sentía paleto. Era insignificante, un tonto que llegó a avergonzarse de ser poeta. Pero ya no más. Fue por ella por quien dejé de escribir, y por ella es por quien hoy vuelvo a hacerlo. Esta es la pequeña venganza que le tengo preparada, aunque sé que nunca la leerá.

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